martes, 29 de enero de 2008

MEXICO DE REFILON


No hay más que sentirlo en el ambiente. Salgo del metro, y me pregunto si el olor nauseabundo de Pino Suárez me conecta con mi pasado. Con aquel rojo-negro tinte del diario sangrar de sacrificados que bañaba las estrechas escaleras del templo mayor hace más de quinientos años. El tráfago de la tarde me succiona y me avienta de repente ante un gran espejo de aparador. Estoy triste, y desearía como mis antepasados enterrar el espejo y no ver más, por el momento, lo que soy. Me apena mirame de frente. De Pino Suárez a Isabel la Católica, mi olfato percibe un cambio. Siguen siendo tan profundamente pútridas las emanaciones, pero ahora son distintas. La gente come. Doy vuelta: la calle informe, rota, sola -como millones de nosotros, también solitarios-, me enseña que apenas abajo de su escarbada humanidad había otro México. Otro que vemos como "quedado", obsoleto, que andaba en vías, en rieles. Así, se ha abierto la entraña y recuerdo a los tranvías. Me emociono; rápido lo olvido. No me importa. Cuido el paso: la mierda de perros y humanos asecha mis pies. Ojo. Presiento con el rabillo del ojo izquierdo la base de peseros -un frío sudor parte mi frente-, el despachador y su enorme humanidad: fantasma abotagado, soso, asesino de tranvías. Contengo la respiración. No pienso. Giro. Entro y olvido por seis horas más.
Por Benito Alcocer

lunes, 28 de enero de 2008

domingo, 27 de enero de 2008